FIESTA DE CUMPLEAÑOS
La verdad es que siempre ha estado ahí… Después de tantos años que se fue para Bogotá, hoy puedo decir que somos las mismas personas que se quieren y extrañan.
Durante todo este tiempo, han existido ausencias prolongadas. Hemos pasado meses sin hablar y en varias ocasiones han sido los medios los que me han actualizado de su vida, pues resulta que ya lleva un buen rato viviendo con una famosa de la televisión. Yo por mi parte, me casé, me separé y en estos últimos 5 años he tenido relaciones nada serias; sólo pequeñas historias sin ninguna importancia que lo único que han hecho es fortalecer la soledad que tanto he aprendido a querer.
Desde los diez años fuimos inseparables. Luego seríamos cómplices en una adolescencia traviesa y rebelde. Nuestras madres manejaron siempre con prudencia esta amistad atrevida que se hacía cada vez más fuerte; era más cautela que prohibición, cosa muy distinta a mi padre, quien no tuvo recato y se enfrentó sin ninguna vergúenza a lo que él consideraba una relación absurda que no le generaba ningún valor a su tan anhelada única hija mujer. Y ante tanta resistencia, terminamos con el tiempo alejándonos, pero así y todo, a pesar de haber elegido carreras diferentes, encontrado amigos opuestos y resultar siendo incompatibles en muchos gustos, la conexión mental siempre fue inevitable. Bastaba con mirarnos para tener claro lo que pensábamos. Si había algo que sobraba, eran las palabras.
Me contó que venía al cumpleaños de Juan, nuestro querido amigo en común que llevaba meses anunciando su cuarto piso. Ese último mes antes de su llegada, para lo que sería el gran desquite después de casi tres años sin vernos, fue lo que paradójicamente terminó cargando esta relación de un deseo infinito por tocar otras dimensiones que nunca quisimos explorar. Un giro que la verdad, nunca imaginé. Mensajes que iban y venían, llamadas secretas y preparaciones de parte y parte para sorprendernos, adornaban un escenario que posiblemente, se empezaba a dibujar.
Iban pasando los días y la fecha se acercaba. Nuestras palabras cada vez se tornaban más maliciosas y me obligaban a deshacerme no sé de qué forma, de mi novio de turno, ya que seríamos pareja en esta celebración. Yo ya estaba dispuesta. Tuve múltiples conversaciones conmigo misma, tratando de despojar de mi mente ese pensamiento blanco que me alertaba sobre los peligros en mezclar sexo con una amistad en definitiva valiosa. Mi subconsciente oscuro, en cambio, ganaba poco a poco más terreno en esta mente arriesgada y pervertida, invadiendo de un calor intenso todo mi cuerpo.
Un día antes de su llegada, encontré en mi casa una caja negra perfectamente empacada. No había tarjeta alguna. Al abrirla, aprecié que su interior tenía las paredes recubiertas de almohadillas de tercipelo que al tacto se sentían sublimes. En el fondo se hallaban unas bolas chinas… Ese famoso juguetico erótico compuesto por dos esferas de 4 cm aproximadamente cada una, cubiertas de silicona y que a su vez, contenían en su interior unas bolitas más pequeñas unidas por una cuerda. Una risita con sabor a carcajada, se dibujó en mis labios. Con ellas, una nota de su puño y letra que pude identificar inmediatamente:
Instrucciones de uso:
Mañana paso por ti a las 8:00 PM.
Introducirlas minutos antes…
Disfrutarlas toda la noche.
Prepárate para su salida.
Esta caja cerraba de una manera contundente, el preámbulo de lo que sería un encuentro que dejaba las cartas más que claras sobre la mesa.
Fue todo un día de preparaciones; ropa interior impecable y rituales de belleza que se sumaban a mis ganas. El color negro fue el elegido. Me decidí por una minifalda de cuero ajustada, camisa con espalda descubierta y mis stiletto que no podían faltar. Era el traje adecuado para causar el impacto que tenía claro que iba a provocar. Llegadas las 7:40 PM, me dispuse a probar lo que siempre me produjo curiosidad: ¿cómo se sentiría usar aquellas bolitas estimulantes e incitantes, según varias amigas que ya eran expertas en el tema? Me situé en mi cuarto frente al espejo que abarcaba mi cuerpo y por debajo de mi falda, comencé a alojarlas y empujarlas dentro de mi; primero una, despacito, con miedo de que doliera. Medio segundo, espero, respiro. me chupo el dedo. Me huelo. transpiro. Luego la otra… plop… Ya estaba. Me incorporé, me puse mis panties y empecé a caminar muy despacio tratando de establecer una relación lógica entre el andar y lo que allí debajo se sentía. Con el movimiento, las bolas interiores golpeaban con las exteriores y realizaban una especie de efecto vibratorio, que como fruto, producían sensaciones muy sensuales y placenteras en mí.
El timbre suenó; era el portero anunciando su gran llegada, yo le digo que ya bajo. El corazón se acelera, no puedo controlarme, tengo que hacerlo, las piernas me tiemblan y encima, esta oscilación entre mis piernas se torna bastante imponente. Tomo el bolso, salgo, cierro la puerta, me palpita el alma, pido el ascensor y al llegar a mi piso, está ahí, adentro, impecable, es un ángel, tanto tiempo sin vernos. Yo ni siquiera lo dejo salir. Entro a la caja de madera. Lo miro. Sonrío. Presiono el piso 1 y comenzamos a descender. Nos miramos a los ojos, puedo entender su mirada como hace años lo hacía, pero ahora es distinto. Un abrazo largo, intenso, inmóvil… un beso en la comisura de mis labios. No hay palabras; un lenguaje corporal claro e indiscutible. Siento que va a escuchar mi corazón, se sale, palpitaciones a mil, bumbum, bumbum. Un taxi nos espera, yo entro primero, luego este ser extraordinario que además huele estupendo, sube después de mí. Me toma la mano, la aprieta, yo hago lo mismo, sus dedos me rozan el brazo, lo recorren. El taxista creo que alcanza a sentir el calor de lo que atrás está pasando, por lo que quiere ver y no puede. Seguimos en silencio… sólo un deseo infernal y contracciones abdominales de parte y parte.
Hemos llegado… Las bolas siguen haciendo su efecto, se sacuden y me sacuden.
Es una casa hermosa, diseñada por el cumpleañero. Qué felicidad verlo, hace muchos años que no estabamos juntos; la secundaria nos unió con momentos que sellaron nuestra fraternidad. Abrazos de parte y parte, nos dieron la bienvenida. No ha llegado casi nadie, un par de tragos y yo sigo con aquello en mi cuerpo, estremeciendo mi conciencia. Van pasando los minutos, las horas y la fiesta va tomando cada vez más fuerza. Ya hay mucha gente, el licor empieza a hacer de las suyas, invitados que llegan, saludan y yo al lado de este personaje que me tiene trastornada. Me ha contado detalles de su vida, de lo que ha sido su experiencia laboral en Bogotá y de lo que significa estar al lado de una mujer que el país ama, por sus papeles en la televisión. Yo le he hablado de mi pésima relación con el género masculino, de lo que he ido aprendiendo a valorar más, -mi independencia- , de los ires y venires y de las últimas frustrantes relaciones “amorosas” de mi vida. Cada vez estamos en una situación más cómoda y la verdad, no me importa que la gente observe una cercanía casi que extravagante. Yo me estoy dejando llevar, me invita a bailar. Está sonando una musiquita de esas que suscitan escalofríos desaforados. Rozarse, subir, bajar, elevarse y volver a caer. La gente nos mira. Están sorprendidos, escandalizados y otros hasta excitados, creo… Si están como yo estoy, están seguro al borde del colapso. Me gusta que nos miren, me genera cierto placer. No… corrijo: muchísimo placer. No sabía que tuviera algo de exhibicionista, creo que así se le llama a este acto de querer deshinibirse sin ningún prejuicio ante los demás. La verdad, lo estoy disfrutando, ese otro cuerpo que me toma y me suelta, que me huele y me habla finamente al oído, me hierve la sangre. Aquellos artículos redondos continúan en mí, disfrutando de esta danza que se mueve al ritmo de las pulsaciones del estómago, del abdomen, de mis partes más íntimas. Ahora me toma de la mano, seguimos siendo objetivo ocular de todos los asistentes, que ven en esta pareja sólo apetito y ganas de devorarse el mundo entero.
Me toma y me conduce a uno de los cuartos de la gran mansión. Es simple, no más de dos adornos ubicados en el sitio que es, un gran ventanal que da a las montañas donde se alcanzan a ver pequeñas lucecitas de una ciudad llena de historias. Una cama de mediano tamaño y sábanas blancas de algodón que logran tocar mi espalda una vez me dejo caer en ellas. Ahí está, encima mío, de rodillas sobre mí y con los brazos extendidos alrededor de mi cabeza, con sus ojos fusilando los míos, hablándome a través de ellos, de que esta será nuestra primera vez, que este será nuestro desquite de toda una vida no querer ver lo que eternamente estuvo estremeciéndose entre nuestras piernas y nunca quisimos sentir. Me agarra el culo y me trae hacia el borde de la cama, dejando mi vagina al viento, me abre, la abre. Comienza a quitarme muy lentamente mi panty, con la suavidad que no sabía que tenía. Quedo a su suerte y toma la tirita de eso que lleva retumbando en mí toda la noche. Hala, lentamente y sale de mi boca un pequeño gemido… Me contraigo. Luego la otra, con toda la mesura posible y quedo libre con una sensación bastante extraña. Me mojo. Me mete uno de sus dedos. Se levanta y lo lame. Yo aún acostada mirando de frente, empieza a subir besando cada centímetro de mi abdomen, mordisquea mis tetas por encima de la blusa, las toca, las siente mientras dirige su mirada a mi boca y sin pensarlo, sin ningún rodeo, sin alcanzar siquiera a desvestirnos, porque no aguantamos más, llega directo a mis labios y me besa intensamente y yo respondo como si fuera la primera vez que diera un beso de verdad…
Con la pasión que sólo dos mujeres saben hacerlo…
Con el deseo que por décadas estuvo sosegado.
Yo sólo sé que fue ella, la que al final, me regaló la dicha de saberme y sentirme mujer.